Suena a tópico pero es bien cierto. No es el fútbol el deporte nacional, sino la envidia. Y aunque sean las menos, se escuchan voces contrarias a Alonso para demostrarlo. Voces que no ofrecen más que un cargamento de deshechos con la inicua intención de desacreditar al que posiblemente sea el mejor piloto de todos los tiempos.

Desgraciadamente, la realidad es tozuda y los hechos les refutan una y otra vez. Eso no supone ningún problema para los enemigos acérrimos e irracionales del asturiano, pues no buscan argumentos ni una discusión sana sino, únicamente, echar por tierra el prestigio del piloto -ganado a pulso merecidamente a lo largo de su carrera.

Quizás tuvieran alguna repercusión sus palabras cuando Fernando no había ganado ningún campeonato y el desánimo cundía entre sus admiradores, mayoría dentro y fuera de España. Pero ya es tarde para eso, después de anular al supuesto Kaiser alemán (Michael Schumacher) por dos veces, con una escudería con menos historia y recursos que la del germano.

Ahora atribuyen los éxitos de Alonso al azar y más tarde negarán que haya ganado dos títulos de campeón de Fórmula 1. Con el tiempo, afirmarán que ninguna de las carreras que ha ganado tuvo lugar y luego que nunca hubo un corredor con ese nombre. Desearían que desapareciera, como el niño que cierra los ojos para que el motivo de su temor se evapore; que no pudiera recordarles de forma tajante que están equivocados y que es la envidia la que mueve sus lenguas.

Pero ahora la envidia muestra desnudos a los propagadores de infamias, como en el famoso cuento del emperador y su traje invisible. El escarnio y la burla no hacen mella en ellos porque reconocer sus errores sería una actitud que requiere una dignidad y caballerosidad que no poseen.

Sus comentarios son una fuente de diversión para los que no negamos la realidad. A cada esputo, una carcajada, como con el loco que se empeña en ser Napoleón con una viciosa terquedad.

Ya lo dijo Jonathan Swift en una famosa cita que dio origen a La conjura de los necios, novela de John Kennedy Toole:

Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él